Cuando Apple y Google anunciaron su alianza para crear de un sistema de seguimiento de contagios COVID basado en Bluetooth que estará integrado en iOS y Android, la más que justificada preocupación sobre la seguridad y la privacidad de este tipo de sistema ha estado a la orden del día.
Sin embargo, hay algo que ha pasado sorprendentemente desapercibido: su utilidad real para contener el virus y limitar los contagios. No hay que olvidar que, en la misma semana en que se hacía el anuncio, Singapur, el país que se había hecho famoso por rastrear con éxito contagios con bluetooth,reconocía que su estrategia había fracasado y se veía obligado a imponer una cuarentena generalizada. ¿Son realmente útiles estos sistemas desde un punto de vista epidemiológico? Analizamos sus puntos fuertes y sus puntos débiles.
Entre el estallido del brote en Lombardía y los primeros días de la semana del 9 de marzo, la respuesta del Ministerio de Sanidad español ante el aumento de casos fue siempre la misma: no había indicios de contagio descontrolado porque "más del 90% de los casos están filiados". Es decir, se podía trazar una línea clara entre nueve de cada diez casos y un brote activo de la enfermedad. Esto (aislar casos, identificar contactos de riesgo y monitorizarlos) es el ABC de la fase de contención de una enfermedad infecciosa.
No obstante, hay varias formas de hacerlo. La forma habitual es la que se siguió en España, esperar a identificar infectados y tratar de reconstruir los pasos que habían ido dando en los últimos días para poner bajo cuarentena a todas aquellas personas que habían tenido contactos de riesgo con dichos infectados. Sin embargo, varios países asiáticos decidieron hacerlo de otro modo.
Algunos países, como Corea de Sur, utilizaron el GPS de los móviles de los infectados para asegurarse de que las reconstrucciones de los recorridos era lo más precisas posibles. Con esa información, identificaron cómo, cuándo y por dónde se habían movido los contagiados y desplegaron toda una campaña de mensajes públicos (usando pantallas o por megafonía pública) para avisar a personas que hubieran estado ?en las aguas termales de la ciudad de Yeongju a las 17:30 del 17 de febrero o en una clase particular de yoga en Andong después de las 14:00 el 18? de que habían tenido contactos de riesgo.
El uso del GPS permitió mejorar las reconstrucciones (que hasta ese momento dependían de la memoria de los pacientes) y, con ello, permitió mejorar la capacidad del Gobierno para contener el brote. Sin embargo, el GPS no era la panacea. Sus datos no solo son imprecisos, sino que no tienen en cuenta cosas como la verticalidad de los edificios. Por ello, tímidamente en Corea e intensivamente en Singapur, se decidió recurrir al bluetooth.
TraceTogether, la app que desarrolló la Agencia de Tecnología del Gobierno de Singapur, funciona guardando en local los códigos identificativos (y encriptados) de los teléfonos que están cerca en cada momento del día. De esta forma, una vez identificado un caso y con autorización de este, las autoridades sanitarias podrían avisar a las personas que estuvieron cerca para que se aíslen o acudan al hospital. La tecnología que permite hacer esto de forma sencilla es la que Apple y Google quieren meter en cada teléfono Android e iOS del mundo.
A nivel teórico, sí. En la última década, a medida que el móvil se hacía cada vez más ubicuo, numerosos investigadores han estado trabajando en cómo usar la información que se puede extraer de las redes móviles para conocer mejor las dinámicas de la epidemia e implementar medidas más efectivas que limiten los contagios. La primera conclusión de estos años de modelos y simulaciones es que, efectivamente, los teléfonos móviles tienen un gran potencial para luchar contra una epidemia.
Sobre todo, cuando hablamos de una epidemia como la actual en la que la enfermedad resulta muy contagiosa y los "puntos de riesgo" se cuentan por miles. Por eso, en las fases precoces, este tipo de sistemas nos pueden permitir aislar preventivamente a todo el que corre algún riesgo de estar infectado (por pequeño que este sea). Y es que, tener información "en tiempo real" de cómo se está moviendo el virus no solo nos permite contenerlo de forma más eficiente, sino que nos permite decidir en qué momento se debe pasar a escenarios de mitigación e implementar medidas de distanciamiento social y cuarentena.
El problema es eminentemente práctico: que no sabemos cómo hacerlo. Primero porque no parece que el uso de sistemas de este tipo vaya a ser obligatorio y eso se traduce en que tendremos una visión muy parcial de lo que está ocurriendo. Singapur solo consiguió que un 12% instalara la app y los resultados hablan por sí mismos.
Para que nos hagamos una idea, con esa tasa de instalación, las posibilidades de que dos personas que se crucen tengan la app en sus móviles son rematadamente bajas (del 1,44% en EEUU, por ejemplo). Con estas condiciones, el Bluetooth no nos asegura una mejora (o, al menos, no son usadas por una enorme cantidad de personas) frente a otros métodos tradicionales.
En segundo lugar por la complejidad técnica de determinar qué es un "contacto de riesgo". Al fin y al cabo, estas aplicaciones solo detectan móviles cercanos vía bluetooth, pero eso por sí mismo no significa nada. ¿Puede diferenciar de forma efectiva entre dos personas en la misma habitación y dos personas en locales distintos separados solo por una pared de ladrillo? ¿Podemos estar seguros de que se detectan solo personas "cercanas" y de que no hay "falsos contactos"? Pues lo cierto es que ninguna de esas dos cosas puede garantizarse por el funcionamiento de la tecnología Bluetooth.
Como decíamos antes, durante las fases precoces, como se trata de impedir que el virus se expanda por la sociedad. esos "falsos contagios" pueden ser un riesgo a asumir. Pero, a medida que el número de infectados empiece a crecer y el contagio se vuelva comunitario, la cantidad de "falsos sospechosos" se dispararía completamente. La cuestión clave aquí es que para cuando este sistema esté operativo, la mayor parte del mundo habrá abandonado los escenarios de contención donde pueden tener alguna utilidad.
En tercer lugar, no debemos olvidar que el mero hecho de introducir herramientas de este tipo puede cambiar el comportamiento de los ciudadanos y, con él, el curso de la epidemias. Para bien o para mal en el caso de que la gente empiece a dejar el teléfono en casa o comiencen a usarlos para confundir al sistema de forma que no nos permitan hacer una lectura fidedigna de lo que está pasando realmente a nivel social.
Lo que tenemos frente a nosotros es un sistema con serios problemas de seguridad y privacidad y una escasa utilidad real. Sin poder identificar con exactitud contactos de riesgo y sin poder ser de uso obligatorio, este sistema nos permitiría mejorar las reconstrucciones de los pacientes a costa de mucho trabajo de revisión. En las primeras fases de una pandemia peligrosa, su uso podría estudiarse, pero está muy lejos de cambiar las reglas de juego.
Los estudios epidemiológicos que hemos visto coinciden en el "gran potencial" tanto como en el "aún es pronto". Así las cosas, no parece una la mejor opción a la que dedicar recursos en este momento. Sin embargo, sería excesivamente optimista pensar que esta situación pandémica mundial es algo excepcional y no va a volver a repetirse. Al contrario, la OMS lleva años avisando de que este tipo de situaciones se van a volver cada vez más habituales.
Por eso mismo, cabe preguntarse si no es el momento de poner en marcha este tipo de iniciativas para acumular experiencia, encontrar soluciones a los problemas y perfeccionar los sistemas. Esperar que este tipo de soluciones frenen los contagios hoy en día no es realista, pero es un momento perfecto para empezar a desarrollar nuevas soluciones tecnológicas que los eviten en el futuro.
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