Lo suyo era la microelectrónica. Jay Miner, el auténtico protagonista de este artículo, aterrizó en las filas de Atari a finales de los años 70, justo en la época en la que a la compañía que Nolan Bushnell y Ted Dabney fundaron en el 72 empezaban a irle realmente bien las cosas. Miner se había licenciado en Ingeniería Eléctrica en Berkeley casi dos décadas antes, pero sus primeros pasos como diseñador de circuitos integrados los dio en la industria médica.
Una vez en Atari, Miner no tardó en despuntar. Bushnell tuvo buen ojo y lo asignó al equipo de trabajo que estaba poniendo a punto el hardware de su nueva consola de videojuegos, la 2600, y Miner respondió. En relativamente poco tiempo fue capaz de transformar la maraña de cables y placas de circuito impreso que se encargaban de generar los gráficos y enviar la señal al televisor en un único circuito integrado llamado TIA (Television Interface Adapter). Atari 2600 fue un éxito rotundo, pero la historia de Jay Miner no había hecho más que comenzar.
La pericia con la que Miner diseñaba circuitos integrados no había pasado desapercibida entre los gerifaltes de Atari, por lo que, una vez que se consolidó la buena recepción de la consola 2600, Jay empezó a trabajar en la lógica gráfica de su sucesora. Su punto de partida fue el chip TIA que tan buen resultado había dado en la 2600, pero lo refinó lo necesario para que acabase no solo en la consola 5200, su sucesora; Atari también decidió utilizarlo en su nueva línea de microordenadores de 8 bits.
En 1979 Motorola colocó en el mercado su chip 68000, un microprocesador de 16 bits con arquitectura CISC del que Miner no tardó en enamorarse
Warner Communications se había hecho con el control de Atari en 1976, lo que provocó que Nolan Bushnell viese muy menguada su capacidad de decisión acerca del rumbo que debía tomar la compañía. El roce constante con los ejecutivos de Warner provocó que Bushnell decidiese dejar Atari en el 79, y con este paso Miner perdió a uno de sus aliados más valiosos. A alguien que supo ver desde el principio la habilidad con la que diseñaba circuitos integrados.
En 1979 Motorola colocó en el mercado su chip 68000, un microprocesador de 16 bits con arquitectura CISC del que Miner no tardó en enamorarse. Así que, ni corto ni perezoso, empezó a pergeñar una nueva consola de videojuegos que fuese capaz de aprovechar al máximo las capacidades de ese procesador tan prometedor. Pero se dio cuenta de una cosa: si quería que el 68000 rindiese al máximo lo ideal sería liberarlo de una parte importante del esfuerzo de cálculo que tendría que acometer al ejecutar los juegos, por lo que debería estar respaldado por un conjunto de chips dedicados que, entre otras cosas, se encargarían de generar los gráficos de la futura consola.
Desafortunadamente para él, el proyecto de Miner no fue bien recibido por quienes tomaban las decisiones en Atari. En aquel momento estaban más interesados en utilizar componentes de bajo coste en sus próximas máquinas que en diseñar unos nuevos chips que prometían ser mucho más capaces y sofisticados, pero también sensiblemente más caros. Para Miner esta decisión fue desalentadora. Estaba convencido de que Atari estaba dejando escapar la oportunidad de hacer algo realmente innovador. Algo original. Así que, desanimado, a principios de los 80 decidió abandonar Atari y regresó a la industria médica en la que había trabajado antes de acabar en el mercado de los videojuegos.
Dos años después de su salida de Atari, Miner recibió una llamada inesperada. Al otro lado de la línea telefónica estaba Larry Kaplan, un excompañero de Atari que también había dejado la compañía ante la deriva que había tomado debido a las decisiones de Warner. Kaplan estaba decidido a montar una empresa de videojuegos. Conocía de primera mano la fama que precedía a Miner y quería contar con él en su proyecto. Y Jay aceptó. Poco después de aquella llamada Kaplan, Miner y otros exingenieros de Atari fundaron una pequeña compañía de hardware y software llamada Hi-Toro.
Hi-Toro tenía dos departamentos. Uno de ellos desarrollaría videojuegos y periféricos para las consolas con más éxito en aquella época, entre las que estaban Atari 2600 y ColecoVision. Y el otro estaría dirigido por Miner y se volcaría en el diseño de una nueva consola de videojuegos de 16 bits más potente que las que había en ese momento en el mercado. Su corazón sería el microprocesador 68000 de Motorola del que Miner se había enamorado desde el mismo instante en el que este chip llegó al mercado.
Miner había diseñado tres chips, Agnus, Denise y Paula, que se encargarían de liberar a la CPU de la generación de los gráficos y el sonido
Los primeros resultados no tardaron en llegar, y poco después de la fundación de Hi-Toro Miner y su equipo tenían a punto los cimientos de Lorraine, que era el nombre en código que habían dado a la prometedora consola de videojuegos en la que estaban trabajando. El procesador Motorola 68000 estaba en el centro del hardware de ese proyecto, pero Miner y los suyos habían diseñado también tres chips, Agnus, Denise y Paula, que se encargarían, entre otras tareas, de liberar a la CPU de la generación de los gráficos y el sonido. Esta era la salsa que Miner tenía la intención de agregar a la receta desde que tuvo la idea de zambullirse en este proyecto cuando aún trabajaba en las filas de Atari.
Pero había algo más. Lo que Miner pretendía en realidad no era diseñar una consola de videojuegos; quería poner a punto un ordenador completo. Con su teclado y sus puertos de expansión. El problema era que los inversores de Hi-Toro no querían arriesgar. Sabían que a Atari, Coleco y Mattel, que años antes había lanzado su Intellivision, les estaba yendo muy bien en el mercado de las consolas. Y querían seguir esa misma senda. No veían la necesidad de arriesgarse dedicando los recursos de la empresa al diseño de un ordenador que era claramente más complejo que una consola de videojuegos. Pero Miner no tiró la toalla. Se había guardado un as en la manga: instalaría en su consola los puertos de expansión que necesitaba para que pudiese transformarse fácilmente en un ordenador completo en el futuro.
El desarrollo de Lorraine avanzaba a buen ritmo, pero Hi-Toro se dio de bruces con un pequeño escollo: había una empresa japonesa de máquinas de jardinería que utilizaba una marca casi idéntica a la suya. Se llamaba Toro, y sus nombres se parecían demasiado. Hi-Toro no podía permitirse ser confundida con una empresa de jardinería, así que cambiaron su denominación comercial por una palabra en español que, más allá de su significado, tenía un sonido muy agradable: Amiga.
El proyecto Lorraine parecía ir viento en popa, pero en 1983 llegó un enorme varapalo: el mercado de las videoconsolas se vino abajo. Y con él, Atari. Los inversores de la compañía se dieron cuenta de que en esas circunstancias sería un suicidio colocar en el mercado una nueva consola de videojuegos, por lo que, por fin, aceptaron la petición de Miner: Lorraine no sería una consola. Sería un ordenador de 16 bits. Y se llamaría, definitivamente, Amiga.
Atari estaba dispuesta a alargar tanto como fuese posible la negociación para que la dependencia económica de Amiga les permitiese hacerse con el control de la nueva máquina a precio de saldo
El primer prototipo funcional de Amiga estaba listo para ser presentado en el CES que se celebró en Chicago en 1984, pero en aquel momento el ordenador solo era un conjunto de varias placas de circuito impreso conectadas entre sí por una maraña de cables. Aun así, aquella máquina tenía algo especial. Algo que, al parecer, dejó atónitas a las personas que presenciaron aquella primera presentación del hardware de Amiga. Los gráficos que enviaba al monitor al que Miner y su equipo lo habían conectado eran infinitamente superiores a todo lo que había en aquella época.
Lo que Miner y los demás ingenieros de Amiga habían logrado no llamó solo la atención de los visitantes del CES anónimos; también provocó que los responsables de Atari pusiesen sus ojos sobre aquella máquina. Sin embargo, no les interesaba el ordenador; realmente querían hacerse con Agnus, Denise y Paula, los tres chips a la medida que respaldaban de esa manera tan espectacular al procesador 68000 de Motorola. Amiga necesitaba más dinero para terminar su proyecto y transformar aquellas placas de circuito impreso en un equipo que realmente pudiese ser comercializado, por lo que recibir una inyección económica de Atari parecía una buena idea.
El plan era que Atari se hiciese con una buena cantidad de acciones de Amiga, pero mientras se resolvía todo el papeleo y se decidía cuál sería el precio de esas acciones Atari prestó medio millón de dólares a Miner y los suyos para que pudiesen seguir trabajando en la fase final de Lorraine. Lo que no sabían es que, en realidad, Atari estaba dispuesta a alargar tanto como fuese posible la negociación para que la dependencia económica de Amiga les permitiese hacerse con el control de la nueva máquina a precio de saldo. Los directivos de Warner sabían que las arcas de Amiga estaban vacías. Miner y su equipo jamás conseguirían devolver el medio millón de dólares que les habían prestado.
La situación económica de Amiga en 1984 era crítica. Sus recursos eran tan limitados que a Miner y su equipo no les quedaba más remedio que aceptar la oferta de Atari, por injusta que les pareciese. Pero inesperadamente apareció un aliado. Jack Tramiel, el dueño y fundador de Commodore, estaba dispuesto a pagar un precio justo por Lorraine y a prestar a Amiga un millón de dólares con el propósito de que Miner pudiese cancelar la deuda que había contraído con Atari. El sombrío panorama que se cernía sobre ellos parecía estar a punto de despejarse.
El capital que Commodore inyectó en Amiga permitió a Jay Miner y su equipo de ingenieros terminar el ordenador que tenían en mente. El primer Amiga, el modelo 1000, estaba listo para ser presentado. Ya no era solo un montón de placas de circuito impreso y una maraña de cables; tenía el aspecto de un ordenador comercial. El 23 de julio de 1985 el Commodore Amiga 1000 fue presentado en el Centro Lincoln de Nueva York, y su recepción fue incluso mejor que la que Lorraine había tenido apenas un año antes en el CES. Aquella máquina cautivó a todos los que tuvieron la suerte de asistir a aquella presentación. Y aún hoy sigue haciéndolo. El resto... es historia.
Imagen de portada | Bill Bertram
Imágenes | Michael C. Battilana y Cloanto IT | Kal-El | Evan-Amos