Hemos reescrito el genoma de forma nueva y radical. Perdonadme que use el "hemos" cuando en realidad ha sido un grupo de científicos de la Universidad de Cambridge, pero después de una década de trabajo la humanidad ha sido capaz de crear un genoma sintético para una Escherichia coli que es completa (y revolucionariamente) funcional. Cuatro veces más grande y mucho más complejo que todo lo que habíamos hecho previamente. Pero lo más interesante no es eso.
Lo más interesante (¡lo más importante!) es que las bacterias están vivas. Con una estructura extraña (más largas y estrechas de la normal) y un desarrollo mucho más lento de las que encontramos en la naturaleza, pero vivas. Vivas.
La vida se construye sobre cuatros bases y veinte aminoácidos. Desde que nos sumergimos en las profundidades de la biología molecular, eso es algo que siempre había estado claro: daba igual en qué organismo miráramos, todos usaban esos veinte aminoácidos para construir todas las proteínas que existen. Es, básicamente, un universal; un universal que nunca habíamos llegado a entender.
En primer lugar, porque es técnicamente posible construir otros aminoácidos. Si estas pequeñas moléculas orgánicas eran los ladrillos básicos de la vida, ¿por qué ésta se limitaba a solo un puñado de modelos? Y, en segundo lugar, porque su sistema de codificación es realmente extraño, seis veces más grande y complejo de lo que teóricamente sería necesario.
Aunque la síntesis de cada aminoácido está codificada por un codón (un pequeño conjunto de tres bases nitrogenadas), lo cierto es que las células no necesitan 20 codones como sería lógico pensar; necesitan 64. El equipo de la Universidad de Cambridge quería descubrir si se trataba de una redundancia fruto de los caprichos de la historia evolutiva y, en consonancia, se podía hacer lo mismo con menos codones; o si, por el contrario, existía alguna razón que aún no acabábamos de entender.
La respuesta, a falta de estudiar su desarrollo a largo plazo, parece ser la primera. La nueva E. coli solo necesita 61 codones para hacer el mismo trabajo. Por ejemplo, para codificar la serina, el genoma sintético de nuestra bacteria usa solo cuatro codones en lugar de los seis habituales. Esto no solo mejora nuestra comprensión de los procesos de la biología celular, sino que nos permite 'liberar' codones para usarlos en la producción de nuevos aminoácidos sintéticos, nuevas proteínas y quién sabe qué cosas más.
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