El siete es un número mágico, místico o perfecto en muchas culturas y religiones, e incluso es un número importante en la astronomía o la biología. También en el hinduismo, donde siete son los cielos, los chakras, los ríos sagrados, los sabios o las ciudades santas. Siete años hace desde que el hindú Satya Nadella reemplazó a Steve Ballmer, que al menos nos hizo reír, como CEO de Microsoft.
En las semanas previas al anuncio de la marcha de Ballmer, en febrero de 2014, la acción de Microsoft llegó a tocar los 35 dólares en su mínimo mensual. El día en que Nadella sopló el siete de la tarta por su aniversario como CEO, 4 de febrero, la acción cerró en 242 dólares. En siete años, Nadella multiplicó su valor por siete. Puede que el siete sea un número clave en la astrología hindú, pero lo de Nadella no tiene que ver con chakras ni con deidades, sino con decisiones que el tiempo ha demostrado correctas. Satya está al timón.
Una mezcla de titubeos, malas decisiones y apuestas que salieron mal condenó en cierta forma a Microsoft en la primera década de siglo y primera mitad de la siguiente. Perdió el tren de los smartphones con varias inversiones ruinosas por el camino, su buscador nunca consiguió hacer sombra a Google, quien también le había arrebatado el dominio del correo electrónico y del navegador de escritorio; Apple expandió su cuota de mercado de ordenadores y Amazon desplegó con éxito sus servicios en la nube y servidores. Y Windows perdiendo relevancia en un mundo cada vez más móvil.
Llegó Nadella y tomó decisiones. Apostó fuerte por Azure hasta convertirlo en la base de los ingresos (y de la moral) de la empresa, renunció a seguir batallando contra Android e iOS y pasó a incorporar su software en ellos (más tarde dijo que estaba en contra de la decisión de comprar Nokia).
También completó con éxito la transición de Office a un modelo de suscripción (iniciada meses antes de su nombramiento como CEO), lanzó Windows 10 con muy buena aceptación y dio otros pasos que ayudaron a cambiar la imagen de la empresa, como comprar Minecraft, Bethesda o Github. Ballmer nos dejó el "developers, developers, developers", pero también dijo que Linux era "un cáncer".
Nadella abrazó el software libre como hasta entonces parecía una quimera en Microsoft. Hasta cayó de pie en la pandemia: Teams anunció que llegó a los 44 millones de usuarios activos de Teams en los primeros días de la gran cuarentena. El doble que Slack. A finales de año ya estaba en 115 millones.
Microsoft ya es la tercera empresa más valiosa del mundo por su capitalización bursátil, solo por detrás de Apple y Saudi Aramco, y lleva meses estabilizada en esa posición por encima de Amazon y Alphabet.
Sus ingresos no han dejado de crecer, sobre todo en últimos tres años, y su margen de beneficio bruto también. Un indicador que quedó especialmente tocado por el legado de Ballmer y que Nadella casi ha duplicado en cinco años (del 19% al 37%).
Muchos de los logros de Microsoft en los últimos años están muy relacionados con los entornos empresariales, pero no tanto con lanzamientos que mejoren la percepción de la empresa por parte del usuario final, más entregado a empresas como Amazon, Google o Apple. Sin embargo, otra de las decisiones de Nadella puede acabar teniendo mucho peso justo en ese consumidor final: su firme apuesta por el videojuego en la nube y por el mismo movimiento hacia el modelo de suscripción que tan buen resultado le dio con Office. xCloud, cuya versión web está al caer y multiplicará el alcance del servicio.
Con Nadella ya no hace falta gastar 400 euros en una consola y 60 en cada juego: con Game Pass hay barra libre por una suscripción pequeña, y con xCloud hay acceso independientemente de si tenemos consola o no, de si tenemos un ordenador potente o uno modesto. Y lo que es mejor: mantienen las opciones tradicionales para quien prefiera el modelo anterior. Demasiadas buenas decisiones como para no reconocer el legado de Nadella.
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