Las Google Glass (ayer gloria, hoy supervivencia) llegaron demasiado pronto a nuestras vidas. Tan pronto como para ponernos las expectativas por las nubes con su espectacular vídeo de presentación, que ya tiene ¡diez! años, y no ser capaz de cumplir sus propias promesas. Hubo intentos posteriores, pero el concepto de gafas de realidad aumentada que poder llevar de forma continuada y que nos aportase cierto valor simplemente no está.
En estos diez años sí se han asentado tanto los relojes inteligentes como los auriculares TWS. La miniaturización sigue su curso. Entre eso y la rumorología que sitúa a unas gafas del estilo en la órbita de Apple, así como otras de Google bajo el nombre Project Iris, demasiados caminos apuntan a que algo así llegará en algún momento de esta de´cada. Y con ellas, ciertas preocupaciones en torno a cómo de fácil nos puede hacer la vida.
Tener un GPS siempre a mano en nuestros coches nos hizo la vida mucho más fácil. Nos permitió poder dedicar nuestros esfuerzos a otras cosas en lugar de tener que memorizar el callejero o las rutas en autovías y carreteras nacionales. ¿El problema? En muchos casos (me incluyo), directamente dejamos de preocuparnos por un mínimo conocimiento para delegar toda la capacidad en ese GPS. Y con ello, corremos el riesgo de perdernos demasiado a menudo en cuanto el GPS falla o simplemente hay una ruta desactualizada.
Atrofiar habilidades por acostumbrarnos a que la tecnología siempre está ahí nos deja expuestos el día en que algo falle
Quizás lo ideal sería un equilibrio (como el que mucha gente tiene, pero no todos) que nos libere de estudiarnos el mapa calle a calle, pero nos otorgue unas bases y unos conocimientos mínimos como para no atrofiar nuestro sentido de la orientación y hacernos capaces de llegar del punto A al punto B si un día nuestra tecnología nos deja tirados. Pero esa misma tecnología nos incentiva a delegar completamente en ella.
Volvemos a las gafas de realidad aumentada: superponer información útil entre el mundo real y nuestros ojos suena tremendamente conveniente, pero corremos el riesgo de acabar con el problema del GPS extendido a más ámbitos de nuestra vida. Acabar con ciertas habilidades atrofiadas o nunca desarrolladas, ni siquiera a unos mínimos, que nos dejen desnudos en cuanto la tecnología falle.
Algo similar nos ha ocurrido con las calculadoras que ahora tenemos siempre en los bolsillos. Nos hemos habituado tanto a ellas que nos cuesta mucho más que antes hacer cálculos simples. O un ejemplo extremo pero certero: ya ni siquiera nos sabemos los números de teléfono de nuestra gente. Los números que recuerdo son los que aprendí en mis primeros años con los teléfonos móviles, pero ni siquiera me sé el de mi mujer, que conocí cuando el iPhone ya había llegado a mi vida. En caso de emergencia y de quedarme sin el móvil podré llamar a mi mejor amigo, que lo es desde la infancia, pero no a ella.
En la era de la conectividad permanente, el smartphone, Google Maps, Wikipedia y compañía tiene mucho menos sentido que antes almacenar información, pero me resulta inevitable sentir que nos hemos despreocupado de ello en exceso, al menos para cuando vengan mal dadas. Llevar un dispositivo cosntantemente interponiéndose entre nuestros ojos y el mundo real nos hará la vida seguramente más sencilla, pero todavía más dependientes de esa tecnología. No tengo tan claro que sea un peaje que ignorar.