Recuerdo perfectamente la primera vez que la vi. A mi lado estaba mi hermano y un montón de desconocidos más en las butacas. De pronto, sucedió. En completo silencio y con unos acordes que eran como aldabonazos a la puerta del destino, los juguetes de siempre, Buzz, Woody, Mr. Potato, Rex, Jessie, Hamm, se dedican una última mirada y se dan la mano. Así, juntos, con una cara de profundo horror, pero unidos, se precipitan a un pozo de llamas.
Recuerdo perfectamente el silencio del cine. Era el mismo silencio que hubo en ese arranque silente, insuperable, de 'Up'. Me atrevería a decir que era un silencio aún más hondo. La gente lloraba, porque era inevitable pensar en la familia de uno. Y en que, pase lo que pase, a todos nos llegará el día de morir. Es una secuencia extraordinaria, valiente y conmovedora. Es una secuencia que marca de una manera diáfana por qué Pixar es (o ha sido) Pixar y los demás son los demás.
Y cuando el gancho desciende del cielo, con unos coros celestiales, plasmando el deux ex machina no como metáfora, sino como literalidad (una mano divina que salva a los héroes de la muerte), recuerdo la ovación. Los aplausos. Los hipidos. 'Toy Story 3' fue el colofón de una manera de entender el cine. La cumbre de dos décadas de jugársela una y otra vez y el último bastión del Hollywood más clásico, el dedicado a esculpir el guion hasta hallar su forma más sublime.
Pero ay, el tiempo pasa, y Pixar ya no es lo que era. Para mí, no lo es ni siquiera cuando filma nuevas obras. Ni 'Coco' ni 'Inside Out' me resisten la comparación con ese póker mágico que se inició en 'Ratatouille' y remató en 'Toy Story 3'. Esas cuatro películas elevaron la excelsa calidad de Pixar a otro nivel; eran un más difícil todavía que remató con lo imposible: una tercera entrega que se convertía no solo en la mejor película de su trilogía, sino en la mejor película de su estudio y en una de las mejores películas de todos los tiempos.
Esta semana se estrena 'Toy Story 4'. Veo muy, muy difícil que pueda seguir el ascenso infinito de una saga que, como el buen vino, se hacía mejor y mejor con cada nueva entrega. Voy a explicar por qué creo que, aunque no dudo de la calidad de lo que veremos en el cine, esta cuarta entrega no estará a la altura. Y voy a explicar también por qué las tres películas de 'Toy Story' lograron lo que casi ninguna trilogía logra: hacerse mejor y mejor con cada capítulo.
"¡Te repito que-eres-un jugueteeeee, un jugueteeeee infantiiiil!". "Lo ves, Buzz, ¡yo era un yo-yo!". Aquí empieza la grandeza de 'Toy Story'. Y aquí termina. La trilogía logra lo que todo guion ansía. Que sus personajes tengan arcos argumentales inolvidables. Que cada episodio encuentre un tema profundo y complementario a los anteriores que evite convertir la secuela en más de lo mismo. Y en este sentido 'Toy Story', como 'El Padrino', siempre tiene claro de qué está hablando. Elige las mentiras que creen sus personajes con una inteligencia y empatía como pocas ficciones pueden presumir.
La primera entrega, evidentemente, va de Buzz Lightyear. De hecho, va de una escena en concreto, musical (porque aún se notaba la influencia de los clásicos Disney), en el que el mundo de Buzz revienta. Sucede en casa de Sid, ese niño psicópata que tortura poderes. De pronto, tras el quicio de una puerta, Buzz escucha al mando estelar. Se emociona de recibir noticias al fin de los suyos. Pero antes de que pueda contestar, lo hace el spot televisivo por él. Es un momento terrible, ver cómo se hace añicos lo que Buzz creía sobre si mismo. Ver cómo solo es la cáscara de lo que creía ser.
En 'Toy Story 2', también frente a un televisor, Woody vive una catarsis a la inversa. Descubre que era un juguete extremadamente famoso. Que era un ídolo para la juventud. Y eso posa en él una duda que jamás había albergado: ¿Y si Woody fuera más importante que Andy? ¿Y si pudiera permitirse ser egoísta y apostar por él y no por el niño al que se ha jurado entretener? Es un dilema moral poderoso y un espejo invertido de la primera entrega.
Pero es en 'Toy Story 3' donde todas las piezas encajan. Los juguetes siempre están ahí, con una eterna sonrisa; pero los humanos, se van. Andy crece y su colección de sueños va menguando; los que tienen suerte, acumulan polvo en un cajón. Los que no, han desaparecido en ventas ambulantes. 'Toy Story 3' tiene que hablar de la muerte, de lo inevitable de su naturaleza; pero tiene que hablar también de cómo enfrentarse a ella.
Por eso la escena culminante de 'Toy Story 3', y de toda la saga, no es un momento individual que esculpe el arco de uno de los personajes. Es un momento colectivo de amor entre todos ellos, amor justo antes de precipitarse a su final. Porque la única respuesta ante la muerte es aferrar la mano y la mirada de quien se ama, hasta el último aliento.
Nada menos que con la muerte es con lo que tiene que competir 'Toy Story 4'.
De los muchos motivos que hacen extraordinaria a las 'Toy Story', hay uno que a veces pasa invisible. Su capacidad camaleónica para integrar en la trama cualquier tipo de género. Las películas de 'Toy Story' son increíblemente variadas porque se puede jugar con ellas a lo que se quiera. Todo encaja en este universo.
En la primera entrega, era llamativo todo el segundo acto, vivido en la casa del niño psicópata Sid y que es una auténtica lección maestra de cine de horror. Hay de todo tipo: el más psicológico (el suspense en la habitación de Sid que precede a la presentación de los juguetes mutantes), el más gore (el clavo oxidado que atraviesa la cabeza del soldado) y el más físico (las persecuciones, a lo 'Alien' o 'Tiburón', del perro de Sid, Scud).
'Toy Story 2' amplió el disfraz de géneros. Ya desde su arranque, homenajeando al cine de Amblim y LucasFilm y jugando por primera vez a representar el juego infantil, que fue la primera escena de la 'Toy Story' original, tal y como la imaginación del niño lo vive. En este caso, se trataba de un videojuego al que jugaba Rex, pero el guiño era evidente.
'Toy Story 3', una vez más, es la más completa. Arranca con la mejor secuencia de acción de toda la saga, un retelling espectacular de esa primera vez que vimos jugar a Andy con Woody y sus amigos. Sigue jugando con el horror y la distopía en la sociedad orwelliana de Sunny Side. Y se permite hasta orquestar un espectacular golpe a lo 'Misión Imposible' con un montaje en paralelo de enmarcar.
También en su atrevimiento con los géneros y el tono, 'Toy Story 4' tiene un Everest que escalar.
"Un día te encuentras salvando toda la galaxia y al siguiente estás tomando té con Maria Antonieta y su hermanita". Cada vez que oíamos esta línea de diálogo en 'Toy Story', mi hermano y yo reíamos hasta las lágrimas. En parte es por el doblaje espectacular de José Luis Orozco; la forma que dice "y su hermanita" es para acabar en urgencias con una tripa rota. Pero, sobre todo, por la brillantez de un guion que combina como pocos el control absoluto con la locura desbordante.
'Toy Story' encierra en sus trilogías muchos géneros, ya lo hemos dicho. Pero también muchas maneras de entender la comedia. Está el slapstick, con ese increíble momento tortita de Mr. Potato o los momentos de matador de la versión latina de Buzz Lightyear, ambos en 'Toy Story 3'. Está también la comedia de sofá, la de sitcom, con los múltiples e ingeniosos diálogos entre sus protagonistas mientras confiesan sus miedos y deseos. Está la comedia de referencias, a lo Simpson, con el "Yo soy tu padre" de Zorg seguido por el "Noooooo" de Buzz.
Chaplin y Keaton, pero también Hawks y Wilder.
Siempre he defendido que Pixar es, en realidad, el último bastión del Hollywood clásico, el de productor. Porque aquí no importaba tanto la individualidad del director (que también) como la calidad homogénea del resultado. De que uno fuera a ver una película de Pixar entendida como obra colectiva antes que individual.
Esa forma de entender el cine brilla especialmente en la comedia. Y dicha comedia brilla aún más especialmente en la saga 'Toy Story'. Todos los tipos de sonrisa y de carcajadas se encuentran contenidas en estas películas. Y engrasan de forma extraordinaria con sus elementos dramáticos.
Es quizás, el aspecto menos relevante en lo creativo. Mi hijo, que no sabe nada de tecnología aún, que no ha tenido tiempo en sus tres años de vida de volverse friqui de los shaders, la texturización, el renderizado, los materiales, el blur, el aliasing y tantos y tantos otros términos esotéricos, disfruta sin plantearse diferencia alguna de cualquier 'Toy Story'. Porque la historia y los personajes son el sostén incluso en ausencia de imágenes.
Pero hay, evidentemente, otro crescendo en la saga 'Toy Story 3', y es el crescendo tecnológico. El salto más evidente se da de la segunda entrega a la primera. Vista hoy, 'Toy Story 1' canta mucho. Sigue teniendo detalles increíbles para una producción de 1995, por ejemplo como reacciona el edredón de Andy a los pies de los personajes. Pero tanto la calidad de las texturas como, sobre todo, de las expresiones faciales están a años luz de lo que solo un lustro después ya era posible. El movimiento labial de Betty o de los aliens de Pizza Planet cantan la traviata.
'Toy Story 2' fue una mejora tremenda en todos los sentidos. Sobre todo en las texturas y en la iluminación. La crudeza de la luz en muchas escenas de 'Toy Story' hace que la imagen parezca aún más sintética. Con 'Toy Story 2' ya estamos en un tratamiento de la luz matizado, capaz de competir con lo que puede hacer un gran director de fotografía en una película de imagen real.
Pero 'Toy Story 3', aunque se aprecie menos el salto, es la cinta que realmente explota a nivel tecnológico. Es una película en la que uno puede detenerse horas en cada fotograma y apreciar los miles y miles de nimios detalles. Es una película para obsesos (Pixar lo ha sido) de lo técnico, los que son capaces de percibir abismos donde el público general nada ve. Es una película, en fin, para ver con las lentes de expertos como Digital Foundry y maravillarse de la combinación de artesanía y tecnología con la que Pixar logra hacer que sus mundos palpiten como ninguno.
'Toy Story 4' seguro que será la mejor en lo técnico. Pero dudo de que sus conquistas asciendan a otro nuevo nivel. Porque, desde 'Toy Story 3', pocos peldaños quedan ya.
Ya lo he dicho. Me repito. Lo veo difícil, difícil... 'Toy Story 4', seguro, será una buena película. Pero me cuesta entender cómo va a lograr ser una película necesaria. No creo que nos encontremos con un desastre de guion como el de 'Indiana Jones 4', porque Pixar cuida primorosamente (aunque haya decaído) lo que produce.
Sí estoy convencido de que nos encontraremos en una situación similar a la de 'Los Increíbles 2'. Una película, valga la redundancia, increíble, pero sin nada nuevo que contar de los personajes. Me temo que 'Toy Story 4' tendrá o bien una reiteración de temas ya vistos, o bien una ausencia completa de temas (aventurillas, sin más) o bien nuevos temas de mucho menor calado.
Ya se ha hablado de la muerte, de la ambición, de las mentiras que nos contamos para creernos aquello que no somos. De la amistad. Da igual lo bien que esté hecha; ni el mejor arte y artesanía pueden insuflar significado. Las mentes de Pixar son brillantes encontrando motivos, normalmente ahondando en sus personajes, para contar secuelas. Pero no son infalibles. Ahí están 'Cars 2' y 'Monsters University' para demostrarlo.
Ojalá me equivoque, pero dudo muchísimo de que 'Toy Story 4' pueda estar a la altura. Dudo, realmente, de que tenga sentido un 'Toy Story 4', aunque sea la mejor versión imaginable de ese nuevo capítulo. No hay nada más que contar aquí. Como el hilo que cuelga en la espalda de Woody, repetir las mismas chanzas acaba por quitarle el sabor a lo que nos fascinaba.
El veredicto, este viernes en nuestras salas.
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