A primera vista, Marte parece el primer paso lógico en la conquista del espacio. El planeta rojo tiene dos lunas, casquetes polares, valles, montañas, agua subterránea y días de algo más de 24 horas. Pero Marte es en realidad un infierno helado y radioactivo. Un páramo de tierras envenenadas cuya atmosfera es tan tenue como ponzoñosa. Aun así, nunca se había hablado tanto sobre la necesidad de visitarlo y colonizarlo. Obama puso como fecha la mitad de la década de 2030 y Donald Trump ha apoyado la idea con entusiasmo. Pero ¿es posible emigrar a Marte? ¿Lo permite nuestra tecnología? ¿Habría candidatos para un viaje tan peligroso? En los próximos párrafos te lo explicamos, desde las primeras propuestas hasta las más actuales, sin olvidarnos de los dilemas éticos que la colonización de Marte presenta. Ponte la escafandra que nos vamos.
El planeta rojo ha fascinado a la humanidad desde antes de que los romanos lo bautizaran con el nombre de su dios de la guerra. Pero el origen del actual entusiasmo por Marte se encuentra en la década de 1950. Por entonces, autores de ciencia ficción como Arthur C Clarke, Isaac Asimov o Robert Heinlein publicaban en revistas pulp relatos más o menos realistas sobre visitas a Marte. También en esos años Byron Haskin adaptaba ?La guerra de los mundos? de HG Wells y se estrenaban clásicos de la serie B como ?Marte, el planeta rojo? (1952), ?Invasores de Marte? (1953) y ?La Tierra contra los platillos volantes? (1956), basada a su vez en un libro de ?no ficción? del mayor del ejército norteamericano Donald Keyhoe que especulaba sobre el origen marciano de los OVNIs. Este interés cultural por el planeta rojo no era en absoluto casual: En 1954 Marte se acercó a ?tan solo? 39 millones de kilómetros de la Tierra permitiendo su observación como nunca antes había sido posible.
Así que según la ciencia ficción de la edad de oro, ya deberíamos tener bases en el planeta rojo. Si solo pasaron doce años desde que la URSS puso en órbita al Sputnik hasta que Estados Unidos llevó a tres cosmonautas a la Luna, ¿cómo es que medio siglo después todavía no podemos ir de vacaciones al Monte Olimpo? Los entusiastas de la exploración de nuestro sistema solar lo tienen claro: la culpa es de los políticos. Pero se suele olvidar que la carrera espacial de mediados del siglo XX no fue más que la continuación de la Guerra Fría por otros medios. Una vez los Estados Unidos se declararon vencedores no hubo demasiado interés en continuarla. Los rusos prefirieron ir a lo suyo y Nixon prefirió enterrar el presupuesto de la NASA en el transbordador espacial, un juguete tan bello como inútil para los viajes interplanetarios. Tampoco ayudó que las fotografías de las sondas Mariner lanzadas entre 1964 y 1969 demostraran que Marte es un secarral inhóspito.
Pero no seamos demasiado pesimistas. La empresa de llegar a Marte ya le pareció muy complicada al padre de la carrera espacial, Wernher von Braun. El creador del misil V2 con el que Hitler aterrorizó Inglaterra al final de la II Guerra Mundial -y al que von Braun dedicó la frase que encabeza estos párrafos- publicó en 1952 un manual sobre viajes espaciales titulado ?Des Marsprojekt? que es aún LA referencia para quienes se plantean visitar el planeta rojo. Su plan consistía en construir una estación espacial en la órbita terrestre (?) desde la que enviar una flotilla de cohetes reusables (?) que transportarían los materiales y equipamiento necesarios para los astronautas que pusieran pie allí. Era un plan demasiado costoso, pero factible técnicamente. Pese a su genialidad, von Braun no esperaba que la humanidad pudiera llevarlo a cabo antes de mediados del siglo XX. Así que aún estamos a tiempo de hacer buena la predicción de nuestro científico nazi favorito.
En la década de los 90, se reactivó el interés por Marte gracias a la misión Pathfinder y otras que se sucedieron con más fracasos que éxitos. Fue cobrando cuerpo la idea de que Marte contiene todos elementos necesarios para la vida o al menos para reintroducirla. Es por entonces cuando se estrenan películas como la desastrosa ?Misión a Marte? (2000) o ?Náufragos? (2001), esa anomalía del cine español; Kim Stanley Robinson escribe su celebérrima ?Trilogía de Marte? (1992-1996) y se publica ?Voyager? (1996) de Stephen Baxter, una ucronía en la que la humanidad alcanza Marte en 1986 utilizando la tecnología disponible entonces porque Kennedy no fue asesinado y continuó impulsando la carrera espacial.
Este renacer del interés cultural por Marte no era del todo espontáneo. Coincidió con la publicación de ?The case for Mars? (1996), otra obra seminal sobre la colonización de Marte en la que el ingeniero Robert Zubrin recogió el guante a von Braun y planteó un programa de exploración económicamente viable llamado Mars Direct. Zubrin no podía estar más de acuerdo con Cabal, el protagonista de ?La vida futura? (1936), para quien el destino de la humanidad era ?o el universo o la nada.? Su idea era que la humanidad debe conquistar el espacio para evitar su decadencia. Sin el propósito de expandirse por el espacio, nuestra civilización está abocada a la complacencia y a un lento declive. Para Zubrin, los seres humanos nos caracterizamos por un insaciable espíritu de aventura y por la necesidad de desafiar nuestros límites. Gracias a ese ímpetu intrépido hemos alcanzado el nivel de desarrollo material en el que nos encontramos. Limitarnos a la Tierra, sería un suicidio.
El vehemente Zubrin lleva más de tres décadas presentando sus ideas a científicos, congresistas y el público general, gracias a la creación de la Mars Society -de la que es presidente-, comparecencias en el Congreso de Estados Unidos y documentales como ?Mars undergound? (2007), que, aunque se plantea como una hagiografía de este ingeniero norteamericano, presentaba de una forma bastante atractiva sus argumentos. Todos estos esfuerzos no han sido en vano. Mars Direct y ?The case for Mars? fueron el germen del actual interés por alcanzar y colonizar Marte.
?La primera nave que llegue a Marte tendrá el logo de SpaceX?. Así escribía Stephen Petranek en ?How we?ll live on Mars? (2016), el libro en el que se basa el docudrama de National Geographic ?Mars? (2016-2018), que plantea como será la exploración y colonización del planeta rojo. Aunque en ocasiones parece un panegírico de la figura de Elon Musk, ?How we?ll live on Mars? ilustra muy bien los argumentos que el dueño de Tesla y millonarios como Jeff Bezos o Richard Branson esgrimen para justificar por qué hemos de alcanzar Marte.
El primero es que la iniciativa privada es crucial. Esta idea ya la podemos encontrar en los relatos marcianos de Robert Heinlein, libertario de la primera hora. El problema de la estrategia de Zubrin, según ellos, era confiar en que los políticos pueden ser persuadidos de la necesidad de colonizar Marte. Su objetivo solo es ganar las próximas elecciones y ese cortoplacismo les hace remisos a usar el dinero del contribuyente en cohetes y naves espaciales. Para Musk o Bezos el sector privado puede proveer los mismos servicios que la NASA o la Agencia Espacial Europea con mayor creatividad y dinamismo. Y además haciendo caja. Las debilidades del argumento son evidentes -los beneficios de SpaceX vienen hasta ahora únicamente de los contratos con la NASA. Pero también es cierto que la visión de Musk de emplear cohetes reusables es completamente novedosa y ha revolucionado el panorama de la exploración espacial.
El segundo argumento se basa en la amenaza existencial que supondría para la humanidad limitarse a vivir en la Tierra. Cuando Zubrin escribió ?The Case for Mars? el Apocalipsis no se percibía tan inminente como ahora. Tras la caída de la URSS, la guerra nuclear parecía haberse evitado para siempre y en el Protocolo de Montreal las naciones del mundo se habían puesto de acuerdo para erradicar los gases que agujereaban la capa de ozono. Pero en la década de 2010, nuestra extinción parece cada vez más inminente. Ya sea por culpa del cambio climático, l guerra biológica, la nanotecnología desbocada o la Singularidad (y eso sin hablar de causas naturales como los meteoritos, los supervolcanes o la explosión de una supernova cercana), nuestras posibilidades de supervivencia en el medio plazo son cero. Como buenos inversores, Musk o Bezos creen que nuestra mejor opción es diversificar esos riesgos: extendernos por el sistema solar y alcanzar otros soles. Si el desastre ocurre en la Tierra, la humanidad sobreviviría en el cosmos.
El Space X de Musk quiere desarrollar un sistema de transporte interplanetario basado en cohetes reusables que, con sus inevitables tropiezos, se está perfeccionando a buen ritmo. El Blue Origin de Jeff Bezos plantea establecer una base lunar que sirva de puerto al resto del sistema solar, Marte incluido. La viabilidad de sus argumentos dependerá de que sus proyectos generen beneficios. Los contratos con el gobierno no serán suficientes. Una posibilidad es vender viajes a Marte a quienes se lo puedan permitir, turistas o colonos. Musk se ha propuesto reducir el coste del billete al precio de una casa media, porque la idea es que los emigrantes a Marte hagan como los antiguos: vender todas sus pertenencias para poder costearse el viaje al nuevo mundo. Pero hoy en día no está del todo claro si semejante reducción de precios es posible y es por eso que sus muchos críticos argumentan que los planes interplanetarios de Musk y Bezos están pensados como una forma de que los más ricos del planeta puedan escapar del desastre ecológico que se nos viene encima.
Del mismo modo en que los extraterrestres que quizá nos invadan algún día no serán criaturas con tentáculos y antenas sino postbiológicas, los primeros seres que han visitado el planeta rojo están siendo nuestros (por ahora) siervos mecánicos: robots y sondas. La información que nos han enviado desde allí pinta un panorama bastante desolador. Marte no se lo va a poner nada fácil a nuestros emigrantes. Los desafíos a los que se enfrentarán serán enormes. Pero los últimos avances científicos y la imaginación de futuristas como Stephen Petranek o Andrew May en su libro ?Destination Mars? (2018), ofrecen una buena cantidad de argumentos y soluciones plausibles.
Para alimentar a los robots que prepararán con meses de antelación su llegada, y para hacer funcionar nuestro primer y precario asentamiento, necesitarán energía. Al estar más alejado del sol que nosotros, Marte apenas recibe la mitad de radiación solar que la Tierra. Como su atmósfera es tan tenue, la energía eólica tampoco será una opción. El núcleo del planeta está muerto así que tampoco podrán cosechar energía geotérmica. No quedará más remedio que emplear, al menos hasta que sepamos manejar la fusión en frio, reactores nucleares. Como no parece haber uranio en Marte, habrá que traerlo de la Tierra. En otras palabras, antes de que el primer humano ponga un pie en Marte es probable que ya lo hayamos contaminado.
El segundo desafío será conseguir que nuestros astronautas respiren. La débil atmósfera marciana está compuesta casi en exclusiva por dióxido de carbono y apenas contiene oxígeno. Mala combinación. Esa es otra razón por la que es vital encontrar agua en el planeta rojo. No solo para beberla sino porque gracias a un sencillo proceso de electrólisis será posible separar el hidrógeno del oxígeno y emplearlo para respirar. Afortunadamente, todo parece indicar que en Marte hay suficiente agua como para cubrir el planeta entero con un océano de un par de cientos de metros de profundidad.
De hecho, hace unos 3,000 millones de años, el planeta rojo era probablemente tan húmedo y azul como la Tierra. Un tercio de su superficie estaba era mar. ¿A dónde fue toda esa agua? Los científicos aun no lo tienen claro. Es posible que la mitad se perdiera en el espacio por culpa de la baja gravedad y la inclemente exposición de Marte al viento solar (enseguida te explico por qué). Una cantidad nada desdeñable se encuentra todavía en los polos, bajo metros de hielo seco (dióxido de carbono helado). Otra parte se encuentra dentro de los regolitos, la capa de grava, arena y piedras que cubre la superficie. Pero es casi seguro que enormes acuíferos nos esperan debajo de la superficie. Los humanos que emigren a Marte tendrán que ingeniárselas para emplear la poca energía de la que dispongan para aprovechar los hielos polares al principio y para encontrar esos depósitos subterráneos más adelante.
El tercer desafío es la radiación. Gracias al cinturón de Van Allen que envuelve a la Tierra, las erupciones solares se quedan en auroras boreales y estamos protegidos de los terribles efectos mutágenos de los rayos cósmicos. Pero como Marte no tiene magnetosfera ni nada que se le parezca los humanos que habiten allá estarán expuestos al viento y la radiación solar casi por completo. Ya no se trata solo de que una erupción en el sol pueda freír los instrumentos de nuestros exploradores -como les sucedía a los astronautas de ?Planeta Rojo? (2000) y la serie de National Geographic ?Mars? (2016-18)- sino que además los colonizadores marcianos se verán sometidos a niveles de radiación 50 veces superiores a los que recibimos en la Tierra. Ríete tu de Chernobyl.
Aunque parezca mentira, el metal ofrece muy poca protección frente a estas radiaciones. Una posibilidad sería cubrir nuestros módulos con agua, rocas o hielo seco. O todo junto. O construir iglús de C02 helado. Pero la opción más sabia seria construir una colonia subterránea, ya sea enterrada varios metros bajo la superficie o en un túnel de lava horadado por algún volcán extinto. Así que olvídate de las ventanas con vistas al atardecer marciano. Nuestros trajes espaciales tampoco serán muy efectivos lo cual implica que los colonizadores saldrán poco de casa y casi todas nuestras operaciones tendrán que realizarlas, de nuevo, nuestros sirvientes robóticos.
Otro desafío son los percloratos que contiene el suelo marciano. Este tipo de sales cloradas es bastante incompatible con la vida. Además de su toxicidad y de su capacidad para inutilizar nuestra maquinaria, el fino polvo marciano está cargado electromagnéticamente y se adhiere a cualquier superficie, como por ejemplo nuestros trajes espaciales. Por eso sería demasiado arriesgado que los astronautas entraran con ellos puestos en la base; podrían llenarla de sales venenosas. Así que lo más probable es que los trajes se puedan atracar a la estructura exterior de los habitáculos como los aviones al finger de los aeropuertos. Pero eso no es lo más importante. Si hacemos crecer cualquier planta en terreno marciano tendremos que limpiarlo antes si no queremos que la ensaladilla rusa se nos indigeste por toda la eternidad.
Esto nos conduce al último desafío: El alimento. El suelo de Marte presenta un problema adicional para la agricultura tradicional: es muy pobre en nutrientes. Así que tendremos que fertilizarlo con nuestros propios excrementos, como hacia el personaje de Matt Damon en ?Marte? (2015). Una solución mucho mas limpia, ejem, seria emplear cultivos hidropónicos, que nos permitirán hacer crecer algas y hasta peces. Un poco de pescado y unos cuantos insectos crujientes: esos serán probablemente los únicos productos de origen animal que consumirán nuestros colonos. Una tercera opción son los cultivos aeropónicos que ya están siendo probados: invernaderos opacos con plantas suspendidas con sus raíces colgando, bañadas en luz LED roja y rociadas cada dos minutos con nutrientes, que casi seguro se obtendrían de nuestra orina, rica en fosfatos.
La colonización de Marte seguirá las mismas etapas que la de América u Oceanía, exceptuando, esperemos, la parte del genocidio. Es decir, los primeros asentamientos dependerán de la Tierra para su sustento y energía. Pero será muy importante que los colonos sean autosuficientes muy pronto. Las diferencias orbitales entre nuestros planetas hacen que los lanzamientos solo sean viables cada dos años, que es cuando la distancia entre ellos se minimiza. Si algo sale mal, si los emigrantes se quedan sin comida o necesitan medicamentos, estarán muertos para cuando lleguen las primeras naves a auxiliarles.
La impresión 3D será clave porque permitirá a los colonos construir in situ todas las herramientas que necesiten, hasta módulos y habitáculos. Pero necesitarán también material con el que imprimirlos. Las alternativas son variadas. Una es el polvo marciano. Asumiendo que usaremos robots para hacer casi todo, podremos dedicar los más grandes a excavar el regolito marciano mientras que enjambres de robots más pequeños lo descomponen, extraen los materiales valiosos y dejan el resto como base para la impresión. Las moléculas del sudor y la orina de los astronautas también se podrían convertir en bioplásticos. Existen cepas de levaduras (por ejemplo, la Yarrowia lipolytica) que reciclan excrementos convirtiéndolos en aceites y grasas que eventualmente pueden derivarse en poliéster y otros materiales con los que alimentar las impresoras 3D.
En definitiva, encontrar materias primas será crucial para que nuestras bases en Marte sean autónomas. En 2007, el Spirit Rover detectó que el suelo de una región de Marte cuyo suelo contenía hasta un 60% de silicio. El sílice es una de las materias primas necesarias para fabricar vidrio, que podría fundirse para crear fibras con la que construir módulos habitables. Hay una larga lista de otros nutrientes que las plantas y los humanos necesitan para mantenerse saludables - fósforo, magnesio, potasio, calcio, zinc, hierro- que también deberíamos procurarnos. La mayoría de estos elementos se pueden encontrar en las rocas basálticas que cubren la superficie marciana. Las cianobacterias pueden ayudarnos a extraerlos. Ciertas especies de estas bacterias secretan enzimas que digieren minerales. Con unos pocos retoques genéticos, podremos diseñar cepas capaces de extraer todo tipo de metales útiles de las rocas.
Conociendo a los humanos, y una vez la supervivencia de los primeros habitantes quede más o menos asegurada, el siguiente paso será hacer que Marte sea rentable. Los recursos que el planeta rojo nos ofrece son incalculables. La gran cantidad de meteoritos caídos sobre su superficie aseguran la existencia de metales raros. Además, Marte queda mucho más cerca del cinturón de asteroides que la Tierra lo que haría posible explotarlo sus recursos a gran escala. Aunque la idea de una nueva fiebre del Oro cósmica resulte evocadora, es improbable que suceda. El problema de la minería espacial son los enormes costes de transporte. Los materiales extraídos de los asteroides podrían servir para construir bases allí mismo o en Marte, pero no más allá. Lo más probable es que los primeros beneficios que Marte genere se deriven de productos intangibles, es decir, patentes y descubrimientos. Ese es de hecho otro argumento de Zubrin y Musk para vivir en Marte: podremos usar el planeta como un enorme laboratorio en el que desarrollar tecnologías que podrán ser luego traídas a la Tierra. Aunque tampoco podemos descartar que la primera base marciana permanente se financie gracias a la emisión de un reality show sobre el casting de los futuros colonos y sus primeros meses en Marte.
Pero sin duda, el sueño húmedo de la exploración espacial es la terraformación de otros mundos. Es decir, cambiar la atmosfera y composición de un planeta hasta hacerlo habitable. ¿Es posible convertir en planeta rojo en Marte azul? Ideas no nos faltan, aunque incluso optimistas como Petranek o May creen que en el mejor de los casos tardaremos un milenio. El resultado será un lugar que se parecerá a Canadá en verano, fresquito y respirable. Pero también es cierto que no se tardaría mucho hacer de él un lugar menos letal, al menos tolerable. ?Bastaría? con hacer que su atmósfera fuera más densa para que retuviera el calor del sol, evitar los fríos extremos de -150°C y detener las radiaciones cósmicas.
Hay aproximadamente 87,000 kilómetros cúbicos de hielo seco solo en el polo norte de Marte. Eso es un montón de CO2 congelado. Podríamos hacer caso a Elon Musk y explotar una cadena de bombas nucleares sobre los casquetes polares y derretirlos. Una opción menos radical pero más costosa sería el uso de enormes espejos orbitales con los que concentrar la luz solar en los polos. De funcionar, se produciría un efecto invernadero masivo. Al contrario de lo que sucede en la Tierra, el C02 liberado en la atmósfera marciana produciría un círculo virtuoso. La subida de las temperaturas haría que el hielo incrustado en los regolitos y que cubre los polos se derrita y se evapore. Reactores de absorción como el WAVAR podrían capturar agua de la atmósfera mientras que aparatos similares al MOXIE extraerían oxígeno del recién liberado CO2 con el que luego los colonos podrían respirar. El cultivo de bacterias que producen metano intensificaría el efecto invernadero y calentaría aún más el planeta hasta permitir el cultivo de plantas en el exterior, que a su vez aceleraría la transformarían de dióxido de carbono en oxígeno. En unos siglos, el aire marciano seria respirable.
Pero existe otra solución, quizá más rápida, aunque seguro que más inquietante: No terraformar Marte, sino transformar a los humanos. Como decíamos antes, los seres biológicos no estamos pensados para la exploración espacial. Hemos evolucionado para afrontar las condiciones específicas de nuestro mundo madre. Somos blandos, frágiles y proclives a las mutaciones. Algunos cambios que podríamos efectuar en nuestra morfología serian fáciles y pequeños, como extirpar los apéndices y las vesículas de los astronautas para evitar problemas comunes en la Tierra pero que en Marte serían letales. Otros cambios serian mas profundos, como la implantación de órganos mecánicos, como avanzaba Frederick Pohl en su novela ?Homo plus? (1976), o la modificación genética de quienes emigren a Marte y sus descendientes para hacerlos capaces de respirar C02 o soportar mejor el frio.
Si has llegado hasta aquí, puede que todo lo anterior te haya parecido una enorme frivolidad, una fantasía escapista. Quizá pienses que ya tenemos bastantes problemas en la Tierra -el calentamiento global, la desigualdad creciente, el regreso del fascismo- y que hemos de concentrarnos en resolverlos antes de fundar una colonia en la Luna o emigrar a otros planetas. Y tendrías buenas razones para pensar así. La conquista de Marte presenta dilemas éticos ineludible, como establecer cuáles son nuestras prioridades en el uso de los recursos escasos -físicos, humanos, de atención- con los que contamos en este momento crítico para nuestra especie. De hecho, existe una guerra sorda entre ecologistas y ?expansionistas? sobre la dirección que deben tomar los programas espaciales de las principales naciones, como muestra uno de los últimos libros de Robert Zubrin, convertido en un cruzado contra la ?dictadura? del ecologismo sobre la NASA.
Otro dilema, quizá más abstracto pero no menos importante, es si los seres humanos tenemos derecho a colonizar otros mundos. Ya no se trata, como en el caso de la Antártida o del fondo del océano, de que Marte no pertenezca a ninguna nación en concreto. Es que ni siquiera está claro que pertenezca a la humanidad. Hay quienes creen que la idea de emigrar a Marte no es más que otro ejemplo de la forma nociva e imperialista con la que las personas seguimos mirando a la naturaleza y que nos ha llevado hasta el desastre medioambiental en el que nos encontramos, solo que disfrazada de afán de aventura.
También hay que mencionar la posibilidad muy real de que nuestra presencia contamine Marte. Aunque un gran porcentaje del presupuesto de las misiones espaciales al planeta rojo se dedica a esterilizar nuestras sondas, es muy probable que los microorganismos terrestres ya hayan llegado a Marte. Si hay vida allí, aunque sea minúscula, la estaremos alterando y quizá poniendo en peligro. Y, siendo pragmáticos de nuevo, puede que nos estemos poniendo en peligro nosotros también. Quién sabe qué virus y patógenos viven o hibernan en los polos y acuíferos marcianos. No tienen por qué ser tan mortíferos como los que aparecían en ?Los últimos días en Marte? (2013) y ?Life (Vida)? (2017), pero no podemos confiar en estar inmunizados. Es cierto que unos 500kgs de material marciano caen a la Tierra anualmente, pero no es seguro que los microorganismos que quizá hubiera a bordo de esos meteoritos a lo largo de los años hayan llegado vivos y nos hayan vacunado contra posibles infecciones marcianas.
Seguramente hay argumentos válidos en ambas partes del debate. Si los marcianos de ?La guerra de los mundos? invadían la Tierra porque su mundo agonizaba, quizá no nos quede más remedio que hacer lo mismo con Marte cuando la humanidad se encuentre al borde del colapso. Está claro que este no es el lugar para resolver semejantes cuestiones éticas. Pero tampoco debemos sentirnos culpables de que el sentido de la maravilla se nos dispare cada vez que imaginamos pisar el planeta rojo.
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