El 5 de julio de 1948, el NHS británico se convirtió en el primer sistema nacional en ofrecer un servicio de salud completo, universal y gratuito para toda la población. Había algunos precedentes parciales como la red sanitaria soviética de los años 20 o los sistemas hospitalarios de Nueva Zelanda o Queensland en Australia, pero el NHS se puso en cabeza de un movimiento que acabó con sistemas similares en casi todos los países desarrollados en un par de décadas.
Desde entonces, al NHS le gusta ir en cabeza y, en los últimos años, ha iniciado una serie de programas para abrazar la tecnología y liderar la "digitalización" de la salud. El acuerdo con Amazon para que Alexa ofrezca consejos sanitarios es solo el último paso de una apuesta que quiere convertir al Reino Unido en un enorme laboratorio de la salud del futuro.
Desde esta semana, Alexa usará la web oficial del NHS para responder las preguntas médicas que los usuarios británicos le hagan en el día a día. El proyecto se anunció el año pasado y durante estos meses se han emprendido negociaciones con otras empresas de asistentes virtuales para llegar a acuerdos similares.
El cambio es importante porque no es que Alexa no respondiera preguntas médicas hasta ahora. Al contrario, el asistente de Amazon ofrecía información basándose en numerosas fuentes de internet (y teniendo en cuenta la popularidad de la respuesta). Ahora, preguntas como "¿Cómo trato una migraña?" o "¿Cuáles son los síntomas de la varicela?" tendrán respuestas producidas y revisadas por especialistas del NHS.
"Queremos capacitar a cada paciente para que tome un mejor control de su atención médica", decía el secretario de salud, Matt Hancock. También ha explicado que esta iniciativa es una respuesta al boom de la búsqueda de voz. Sobre todo, en pacientes especialmente vulnerables como ancianos o personas con discapacidad visual que suelen tener dificultades extras a la hora de utilizar internet. No obstante, a nadie se le escapa que en la decisión del Gobierno ha pesado bastante la posibilidad de usar estas tecnologías para la demanda y descongestionar los servicios.
En ese sentido, el Gobierno impulsó una unidad, NHSX, para pilotar toda esta transición digital que incluye cosas como la expansión de la prescripción electrónica o el uso de inteligencia artificial para analizar ciertos tipos de pruebas médicas. Una transición que ha levantado muchas expectativas, pero también muchas inquietudes.
Aunque Amazon se apresuró a confirmar que los datos se cifrarán en origen, no se compartirán con terceros, ni se usaran en la elaboración de los perfiles de los usuarios, las críticas no se han hecho esperar. La asociación Big Brother Watch que dirige Silkie Carlo ha denunciado que "la atención médica se vuelve inaccesible cuando la confianza y la privacidad desaparecen". "Es un desastre de protección de datos esperando a suceder", añadió Carlo.
Más allá de los excesos retóricos, los sucesivos problemas de privacidad que hemos vivido en los últimos años han despertado una comprensible desconfianza hacia la forma en que los gigantes tecnológicos tratan los datos personales de sus usuarios. De ahí que el programa del Gobierno, justo en un momento en que la privacidad está encima de la mesa por el éxito de FaceApp, haya sido recibido con cierta desazón.
Pero la privacidad (y los posibles malos usos de los datos médicos) no son los únicos problemas que tiene la digitalización de la salud. Por un lado, hace unos meses, nosotros mismos defendíamos que el famoso "electrocardiograma" del Apple Watch Series 4 era "una metáfora perfecta de todos los problemas y oportunidades de la medicina digital que está a punto de llegar".
Es una muestra clarísima de que la tecnología puede ofrecernos oportunidades interesantes, pero que los sistemas de salud tienen que integrar esas oportunidades para que no se conviertan en problemas que acaben perjudicando la salud de sus usuarios. Porque, ¿de qué sirven todos esos datos si no podemos extraer información y solo acaban generando ruido?
Por si fuera poco, a la privacidad y la incapacidad para gestionar esa nueva tecnología se les suma la seguridad. Hemos visto que, a medida en que los dispositivos médicos se iban conectando cada vez más a la red, las vulnerabilidades aumentaban. En los últimos años, no han faltado ataques para apagar bombas de insulina o hackear marcapasos.
Tiempos interesantes, eso sin duda. Porque hay algo en lo que tiene razón Matt Hancock, esto no va a pararlo nadie. A día de hoy, ya hay muchísimos ejemplos de hospitales, centros de salud y aseguradoras que usan la tecnología de forma intensiva. Y eso supone un gran reto.
El primero es el reto del realismo. Es decir, de huir tanto del "pesimismo agorero" como del "solucionismo tecnológico" (pensar que todos los problemas de los sistemas de salud se solucionarán solo añadiendo tecnología). De hecho, profesoras como Helen Stokes-Lampard, del Royal College of General Practitioners, insisten en que es vital que se realizaran investigaciones independientes para asegurarnos de que los pasos que damos son realmente efectivos y no una forma de "evitar que las personas busquen la ayuda médica adecuada".
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